6 de marzo de 2021

Retratos de Japón

Yoshiharu Tsuge, El hombre sin talento (Muno no Hito, 1985-1986)
Igort, Cuadernos japoneses. Un viaje por el imperio de los signos (Quaderni Giapponesi. Un viaggio nell'impero dei segni, 2015)

Parece difícil encontrar dos acercamientos en apariencia más diferentes a Japón que las obras de Tsuge e Igort.
Uno narra desde el fracaso y la aparente desidia; el otro, por el contrario, dedica parte de su relato al duro trabajo que le lleva al éxito. El primero es un japonés rechazado o casi invisible para sus compatriotas, mientras que el segundo es un extranjero que despierta el interés de la sociedad nipona; un autóctono excluido frente a un extraño acogido/integrado.
Y, sin embargo, también hay aspectos comunes en estas obras, que ya hemos comentado en la tertulia sobre cultura japonesa de la biblioteca. En concreto, ambas se apoyan en referencias artísticas y culturales para elaborar su mirada sobre la realidad social del momento. Además, apuestan por la subjetividad -las protagonistas son la mirada y la experiencia del propio creador- en cómics donde el discurso del texto cobra tanto protagonismo como la imagen.

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Los patrones de personalidad que se han considerado 'patológicos' por no adecuarse a las tendencias manifiestas más comunes o a los ideales más dominantes en una sociedad han resultado, analizados con mayor rigor, no ser más que exageraciones de aquello que era casi universal bajo la superficie en esa sociedad.
Theodor W. Adorno, Estudios sobre la personalidad autoritaria (1964)
Presentando a personajes extraños, en apariencia fuera de la norma establecida, Tsuge muestran las disfunciones de la sociedad japonesa contemporánea, así como su incapacidad o falta de voluntad para dar respuesta a las necesidades y carencias de personas que, más allá de sus peculiaridades, siguen siendo sujetos de derecho.
- En una sociedad capitalista, ese monje no tiene ningún sentido, su existencia es inútil.
- Es decir, como un hombre sin talento, ¿no?
- ¡Je, je, je! Eso es.
- O sea, como tú.
El hombre sin talento
es un catálogo descarnado de víctimas de una estructura social que relega a sus márgenes a personas marcadas por la decepción. El fracaso que experimentan se muestra de forma explícita, con sus negativas consecuencias en el entorno familiar  y la autoestima, dentro de un microcosmos en el que los pensamientos y conversaciones están siempre centradas en el dinero (su necesidad, ausencia, deseo...).
- Papa, ¿qué es un bicho?
- Algo que no vale para nada en este mundo.
- Mamá dice que eres un bicho (…)
- … Tiene razón. Un bicho es algo que se parece bastante a tu padre.
Incapaz de adaptarse a las exigencias del entorno y a los cambios en los hábitos de consumo, Sukezo Sukegawa, alterego del autor, comparte con el resto de hombres del relato -el pajarero, el librero de segunda mano, el vendedor de antigüedades, el alcohólico experto en piedras, el marido abandonado o el poeta del s. XIX- cierta solidaridad y comprensión.
Ante la falta de red social más allá de quienes comparten una situación similar, al menos encuentran en el grupo un espacio casi libre de reproches; todos intentan refugiarse en el pasado para no verse obligados a enfrentar su presente:

- Todo el día sumergido entre antigüedades… ¡Va a estar bien! Yo mismo terminaría por convertirme en una de ellas. Mi existencia se hundiría en un rincón perdido de la ciudad…
Al mismo tiempo, quizá nos sorprenda la agudeza que muestran a la hora de reconocer las motivaciones de su conducta:
- Es un poco como esa actitud tuya de ocultar tu talento. Jugando a ser inútil, logras apartarte de la sociedad.
El manga señala reiteradamente las consecuencias de carecer de una función social reconocida. Tal vez de forma involuntaria, el autor supera la anécdota individual para presentar una mirada sobre el modelo social.
- Si no vendes nada, el resultado es que no haces nada. Es decir, como si estuvieras dormido. ¿Tengo razón?
En una sociedad excluyente, ellos articulan mecanismos de automarginación como forma de protegerse de su entorno. Convierten la batalla perdida y la ausencia de esperanza en un futuro mejor en una decisión consciente, una defensa de su individualidad.
- Nadie espera nada de mí ni de mí depende nadie. Me apartan de la sociedad como si fuera un objeto inútil. Como si no existiera. Dejo de ser y soy.
Pero, ¿dónde está el origen de esta precariedad? ¿En el mal funcionamiento social y/o en la depresión del protagonista, en su indefensión aprendida, el paralizante miedo a nuevos fracasos y su pérdida de fe en el futuro que le condena al abandono?
Se trata, en cualquier caso, de una historia que apenas deja lugar a la esperanza. Como lectores, quizá nos preguntemos cuál será el futuro del niño, que rescata al padre del suicidio o la soledad, pero que no parece disponer de los apoyos necesarios para crecer (en la actualidad, el verdadero Tsuge vive con su hijo).
La obra fue adaptada al cine en 1991 por Naoto Takenaka:



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Igort nos propone un pormenorizado recorrido por la historia y contemporaneidad nipona en una novela gráfica con estructura de diario y cercana al ensayo.
Las páginas de estos Cuadernos japoneses -con una subtítulo que explicita su parentesco con una obra de Roland Barthes- exploran una amplia variedad de temas, que nacen de su fascinación personal por un país en el que acumula dos décadas de estancias temporales. Destacan el contraste entre el valor central de la producción y el consumo y las tradiciones filosóficas y religiosas; la importancia de la II Guerra Mundial en la configuración del modo de vida contemporáneo; los burakumin como reflejo extremo de la estratificación y desigualdad social; la belleza y significación espiritual de la naturaleza.
Nos habla, con asombro y curiosidad, del manga, el sumo o el tratamiento público del sexo. También realiza un lúcido análisis de lo kawaii como herramienta para enmascarar la realidad y vía de adoctrinamiento político.


Además, cita y comenta cómo influyen en él buena parte de los autores y obras que han marcado la cultura japonesa del siglo XX: Yukio Mishima, Junichiro Tanizaki y El elogio de la sombra, Jiro Taniguchi, El imperio de los sentidos, La pandilla de Asakuka de Yasunari Kawabata, Osamu Tezuka y Astroboy, Hayao Miyazaki, el propioYoshiharu Tsuge y El hombre sin talento, Matsuo Basho, La tumba de las luciérnagas...

Una mención especial merece su uso de las transiciones entre viñetas para prestar atención a los detalles y generar una atmósfera de recogimiento y tranquilidad, así como la magistral combinación de formatos y estilos, que reflejan fielmente la variedad artística de Japón.
Su continuación, Cuadernos japoneses. El vagabundo del manga, incide en los mismos intereses y técnicas, y recientemente se ha publicado en Italia el tercer volumen.