18 de marzo de 2017

Wéstern


Jean-Michel Charlier y Jean Giraud, Blueberry: El hombre de la estrella de plata (1966)
Loo Hui Phang y Frederick Peeters, El olor de los muchachos voraces (2016)
Prix Landerneau BD 2016
Nominada a la mejor obra de autor extranjero en el Salón del Cómic de Barcelona 2017

"¡Diablos! Las fuerzas vivas de Silver Creek piden que les envíe a alguien para restablecer el orden... ¡Y hablan de usted, Blueberry!
Esta aventura autoconclusiva del teniente Blueberry -excepción en una serie donde cada ciclo suele agrupar varios álbumes- nos recuerda que el cómic puede ser un vehículo de entretenimiento y diversión, sin más (ni menos) pretensiones. ¡Y eso es estupendo!
Claramente influenciados por el cine de la década anterior, los autores presentan a un todavía joven y afable soldado con el rostro de Jean-Paul Belmondo, que acabará ejerciendo muy eficazmente como sheriff.
Para ello, toman prestada la estética y muchos episodios de Solo ante el peligro (1952) y Río Bravo (1959), reuniendo casi todos los tópicos sobre el Lejano Oeste que aprendimos en la infancia: lugares (el fuerte, el salón, la oficina del sheriff, la única calle de un pueblo en medio del desierto), personas (el alcohólico gracioso, la mujer con carácter, el juez corrupto, un villano adinerado con su banda de pistoleros) y escenas (emboscadas, tiroteos, persecuciones a caballo).
Con esa mezcla, van sentando las bases de un personaje y unas historias que irán ganando en complejidad argumental y estilística. Pero eso vendrá después... Como declaró Jean Giraud, "con esta serie aprendí los mecanismos del cómic tradicional. Además, me ha permitido mantener una larga relación con el público (...) Los libros que firmo como Moebius se venden mucho menos, aunque curiosamente son los que me han dado mayor reputación artística."

"Aunque solo esté compuesta por tres individuos, funciona igual que una sociedad (...) Han de realizar tareas complementarias y asegurar así el equilibrio de su estructura.
El sujeto primero tiene el poder de tomar decisiones. Es el depositario del saber teórico (...)
El sujeto segundo asume una función técnica. Es el poseedor del conocimiento técnico (...)
El sujeto tercero (...) no posee ningún conocimiento. Su función es meramente doméstica."
Seguramente, el autor de Píldoras azules, Lupus o Aama se haya sentido muy cómodo al plasmar el texto de Phang, una habitual de la BD pero no editada en castellano hasta El olor de los muchachos voraces (nos lo dio a conocer Angélica).
El guión refleja las preocupaciones, intereses y situaciones que el suizo ya trataba en obras anteriores: los viajes como fuente de descubrimientos sobre uno mismo y de inevitable cambio personal, las relaciones de pareja, la homosexualidad, la expresión o represión del deseo, la influencia de la tecnología en nuestras vidas.
Además, añade una reflexión sobre los peligros del capitalismo salvaje, de la racionalidad económica y de las ideologías que ponen al progreso como objetivo último, por encima de cualquier consideración ética; nos habla de homofobia, racismo, desigualdad y misoginia como expresiones tangibles de esos riesgos. ¿Quizá demasiados temas abiertos?
Phang encuentra un contexto adecuado para su discurso en la campaña gubernamental de exploración (y ocupación) de Texas al finalizar la Guerra de Secesión aunque, como las imágenes tras las lentes del protagonista, la realidad aparezca volteada y se introduzcan elementos mágicos y oníricos:
"En este libro encontramos todos los códigos del wéstern, pero se les da un giro de 180 grados. Los indios son casi irreales y los paisajes, si se los mira con atención, no son los del Oeste americano, sino los cauces secos de los ríos del norte de África (...) La fotografía de supuestos espíritus, habitual en el siglo XIX, funciona como metáfora de las mentiras de los personajes, porque en aquel momento era el arte que podía manipular la realidad." (France Inter).
En este sentido, la propia autora define su obra como "un wéstern de escenas fuertes, un género clásico en el que trabajar y poder distorsionar los códigos. Una historia de hombres donde la mujer tiene mucho que decir".
Por último, el apartado gráfico merece una mención aparte:
"Sus días son bellos y cálidos, sus noches sombrías y profundas (...) Grandes paisajes del oeste salvaje, páginas sin texto, un grafismo onírico y orgánico (...) Peeters juega con los contrastes de color: entre las noches americanas azul oscuro y los paisajes que el sol tiñe de rojo y amarillo, marca sus dibujos con una gama de colores muy fuertes" (Un amour de BD).

En definitiva, dos cómics ambientados en la misma época y lugar, pero que utilizan de formas muy diferentes los mecanismos del género. Ambos igualmente válidos y disfrutables, seguro que darán juego en la tertulia.

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