26 de febrero de 2025

Clásicos del manga

Osamu Tezuka, La fortaleza de papel (Kami no Toride, 1970 - 1976)
Yoshihiro Tatsumi, Pescadores de medianoche (Mayonaka no tsurishi, 2013)
El manga producido tras la II Guerra Mundial y hasta final de siglo tuvo muchos protagonistas, de los cuales hemos seleccionado para esta sesión dos de especial relevancia. Tezuka -como él mismo relata- fue una figura clave del resurgir del medio en los años cuarenta y cincuenta, mientras que Tatsumi acuñó el término gekiga -y se convirtió en el referente principal de este movimiento- a finales de la década de los cincuenta.
La carrera profesional de ambos se entrecruza y presenta paralelismos. Cuando tenía quince años, el segundo conoció al «Dios del manga» y sus consejos le impulsaron a centrarse en su vocación artística, que le llevó a recibir en 2009 el Premio cultural Osamu Tezuka por Una vida errante. Además, ambos lideraron dos grupos de autores que marcaron la evolución del manga: quienes residieron en los apartamentos Tokiwaso y los impulsores del Taller Gekiga.
También las dos obras propuestas tienen puntos en común. Producidas en la primera mitad de los setenta, se trata de dos recopilaciones de historias breves que retratan la situación de Japón durante la guerra y la ocupación (años 40) y en la etapa final de su posterior crecimiento económico acelerado (primeros años 70).
La fortaleza de papel supera las limitaciones de lo autobiográfico para proponer varios relatos de autoficción (el propio autor subraya que presenta versiones diferentes de algunos episodios). El estilo característico de Tezuka -su dinamismo (p. 12), el uso de las paredes de la viñeta como elemento narrativo (pp. 8 y 20)- acompaña el repaso a algunos de sus éxitos y personajes (El Rey León, Astroboy, La princesa caballero), muestra su admiración a la cultura norteamericana y, en especial, Walt Disney, presenta cómo se organiza la industria del manga (el tema constituye casi un género por sí mismo) y le sirve para recuperar elementos de la tradición local: el espíritu del «Dios del manga» se comporta como un yokai y en Ensayos ociosos... hay una referencia a los tanuki.
El debate sobre los supuestos peligros que supone la lectura de mangas en la infancia recuerda la cruzada del psiquiatra Fredric Wertham en Estados Unidos y se vincula al análisis de Tezuka sobre cómo el poder político apoya o prohíbe determinados formatos y contenidos según sus intereses.
Pero, por encima del resto de temas, destaca su presentación de la guerra: su irracionalidad, la dificultad de encontrar a los responsables mientras se multiplican las víctimas inocentes -no solo la inconcebible acumulación de cadáveres que casi los convierte en irreales (p. 79), sino también el trato a las mujeres convertidas en muñecas (p. 99)-, la violencia intrínseca a los militares, el hambre, la economía de posguerra.
En definitiva, una obra de madurez en la que su autor demuestra su amplio registro técnico para abordar temas muy diferentes (desde las vivencias de un veinteañero al sufrimiento extremo de los más débiles) con el tono más adecuado en cada momento para provocar la implicación emocional de sus lectores.
¿Puede recordar Pescadores de medianoche a un libro de relatos de Raymond Carver? Quizá sí, porque coinciden algunas de las características que, a riesgo de simplificar, suelen asignarse a su narrativa: concisión; personajes corrientes en conflicto, insatisfechos y solitarios; retrato crítico de la sociedad en la que viven; finales abruptos, que generan un mayor impacto emocional en quien los lee. Quizá porque el gekiga surge como reacción ante la cultura mayoritaria que tapaba las miserias de una sociedad en aparente crecimiento, al igual que el realismo sucio -aunque esa etiqueta no le gustara al norteamericano- nos obliga a mirar de frente la crudeza de la cotidianidad más cercana.
Por ejemplo, la última página de Bienvenido a casa, papá reconfigura el sentido de la historia, porque nuestra empatía por el protagonista desaparece cuando asistimos a las diferencias entre la escena imaginada y la real.
El amanecer del porno funciona como una metáfora de la distancia insalvable entre clases. Al igual que El pez linterna y el relato que da título a la recopilación, desmonta la perniciosa idea de que el ascenso social es siempre posible con esfuerzo. Expreso de medianoche y Apropiación indebida nos presentan espacios que se viven como oportunidades para la libertad pero que en realidad son una prisión para los protagonistas. Varios de los relatos nos hablan de los problemas de los jóvenes para acceder a una vivienda digna o, como La mujer de Yanagase y El palacio de la mujer, cuestionan la supuesta dicotomía entre lo rural (soledad, anonimato, oscuridad) y lo urbano (que promete libertad, apoyo de la comunidad... aunque luego no lo dé). Temas que parecen definir el resto de su producción, como las historias recogidas en otro volumen reciente, Tatsumi.

2 de febrero de 2025

Angoulême 2025 (II)

Claire Fauvel y Julia Billet, La guerra de Catherine (La Guerre de Catherine, 2017)
Prix Jeunesse en el Festival de Angoulême 2018
Jen Wang, El príncipe y la modista (The Prince and the Dressmaker, 2018)
Prix Jeunesse en el Festival de Angoulême 2019
 
El mes pasado, pocas semanas antes de que se celebrara su edición 2025, comentamos obras que habían recibido el Premio del Público en el Festival de Angoulême. Ahora, cuando acaba de finalizar, dedicamos la tertulia a otros dos cómics galardonados. Esta vez con el Premio Joven, otorgado por alumnado entre una selección previa de las publicaciones del año anterior. La estructura y número de los premios ha ido cambiando, pero muestra la importancia que este evento da a la producción infantil y juvenil.
Tras la lectura de ambas novelas gráficas, ¿consideráis que la etiqueta de «literatura juvenil» puede limitar el alcance de algunas obras? ¿Se trata de relatos que también pueden interesar al público adulto? ¿Darán lugar a interpretaciones diferentes según la edad de sus lectores?
La guerra de Catherine nos acerca, en su dimensión histórica, a las consecuencias de la ocupación nazi de Francia y al papel de la resistencia, que se atrevió a negarse activamente a lo inaceptable. Pero sobre todo es un relato de iniciación y, por tanto, su vertiente personal es la protagonista; a través de la mirada y el crecimiento de Rachel / Catherine, subraya la importancia de la educación -el profesorado decide enseñar en vez de huir, promover la autonomía del pensamiento frente a la obediencia ciega- y el arte como vías de acercamiento al mundo, relatando el proceso de construcción de la identidad personal en un contexto que intenta anularla.

 
La generosidad de muchos personajes secundarios convierte un relato cargado de privaciones y amenazas en una historia positiva, donde la esperanza puede convivir con la incertidumbre, las separaciones y pérdidas. El dibujo, con sus tonos pastel y trazo redondeado, las suaves acuarelas de los fondos, los espacios en blanco llenos de luz e incluso la tipografía elegida contribuyen eficazmente a trasladar tanto una recreación fiel de la época como el optimismo de fondo del relato.
 
No podía resistirme a ambientar un romance de cuento de hadas en París, pero también porque esa época [1830] en particular es muy interesante. Muchos de sus cambios tecnológicos (grandes almacenes, transporte público) y sociales (clase media emergente, capitalismo) abrieron el camino a nuestra sociedad moderna. Me pareció adecuado situar la historia en un momento a caballo entre ambos mundos, en el que se puede entender aquel del que proceden los padres de Sebastian, pero también ver cómo la generación de este va a crecer en una sociedad completamente nueva.
Para Sebastian, la moda significa ser visto físicamente y reconocido como la persona que se siente en su interior. Para Frances, se trata de una expresión creativa y de poder manifestar algo de su propio yo en un objeto. Ambos se sentían aislados en sí mismos, así que unirse es lo que les permite florecer.
Entrevista a Jen Wang en BookTrib.

El príncipe y la modista
puede recordar a Piel de hombre, otra novela gráfica galardonada en Angoulême por el público juvenil. Temáticamente,
por su acercamiento a la discusión sobre las relaciones entre identidad e imagen y sus consecuencias sociales. En lo narrativo, por transformar con humor recursos propios de los cuentos tradicionales, lo que abre la puerta a giros argumentales que aportan aún más valor a la obra.
La crítica coincidió de forma unánime al valorar la calidad de este relato, en el que Sebastian y Frances -que, como en el cómic anterior, protagonizan un viaje de búsqueda de su propio yo y hacia la adultez- comparten secretos, valores e ideales, la sensación de que no se encuentran en la posición que desean y un proceso de clarificación de sus propias emociones e identidad.
Huyendo de la típica historia de amor, ambos protagonistas encuentran algo igual de importante: la posibilidad de reconocerse en los ojos del otro, gracias a una mirada que va evolucionando con el paso de las páginas.
Además de reflexionar sobre la diversidad, Jen Wang nos presenta una historia en la que se habla de familia, dignidad y las dificultades que surgen al tomar decisiones que afectan a otras personas a las que se valora. Un cuento de hadas de elementos clásicos, sí, pero nada simplista en su moraleja, acompañado de un dibujo, dinamismo en los movimientos de los personajes, color y composiciones de página que le dan un ritmo contemporáneo.