Osamu Tezuka, La fortaleza de papel (Kami no Toride, 1970 - 1976)
Yoshihiro Tatsumi, Pescadores de medianoche (Mayonaka no tsurishi, 2013)
El manga producido tras la II Guerra Mundial y hasta final de siglo tuvo muchos protagonistas, de los cuales hemos seleccionado para esta sesión dos de especial relevancia. Tezuka -como él mismo relata- fue una figura clave del resurgir del medio en los años cuarenta y cincuenta, mientras que Tatsumi acuñó el término gekiga -y se convirtió en el referente principal de este movimiento- a finales de la década de los cincuenta.
La carrera profesional de ambos se entrecruza y presenta paralelismos. Cuando tenía quince años, el segundo conoció al «Dios del manga» y sus consejos le impulsaron a centrarse en su vocación artística, que le llevó a recibir en 2009 el Premio cultural Osamu Tezuka por Una vida errante. Además, ambos lideraron dos grupos de autores que marcaron la evolución del manga: quienes residieron en los apartamentos Tokiwaso y los impulsores del Taller Gekiga.
También las dos obras propuestas tienen puntos en común. Producidas en la primera mitad de los setenta, se trata de dos recopilaciones de historias breves que retratan la situación de Japón durante la guerra y la ocupación (años 40) y en la etapa final de su posterior crecimiento económico acelerado (primeros años 70).
La fortaleza de papel supera las limitaciones de lo autobiográfico para proponer varios relatos de autoficción (el propio autor subraya que presenta versiones diferentes de algunos episodios). El estilo característico de Tezuka -su dinamismo (p. 12), el uso de las paredes de la viñeta como elemento narrativo (pp. 8 y 20)- acompaña el repaso a algunos de sus éxitos y personajes (El Rey León, Astroboy, La princesa caballero), muestra su admiración a la cultura norteamericana y, en especial, Walt Disney, presenta cómo se organiza la industria del manga (el tema constituye casi un género por sí mismo) y le sirve para recuperar elementos de la tradición local: el espíritu del «Dios del manga» se comporta como un yokai y en Ensayos ociosos... hay una referencia a los tanuki.
El debate sobre los supuestos peligros que supone la lectura de mangas en la infancia recuerda la cruzada del psiquiatra Fredric Wertham en Estados Unidos y se vincula al análisis de Tezuka sobre cómo el poder político apoya o prohíbe determinados formatos y contenidos según sus intereses.
Pero, por encima del resto de temas, destaca su presentación de la guerra: su irracionalidad, la dificultad de encontrar a los responsables mientras se multiplican las víctimas inocentes -no solo la inconcebible acumulación de cadáveres que casi los convierte en irreales (p. 79), sino también el trato a las mujeres convertidas en muñecas (p. 99)-, la violencia intrínseca a los militares, el hambre, la economía de posguerra.
En definitiva, una obra de madurez en la que su autor demuestra su amplio registro técnico para abordar temas muy diferentes (desde las vivencias de un veinteañero al sufrimiento extremo de los más débiles) con el tono más adecuado en cada momento para provocar la implicación emocional de sus lectores.
¿Puede recordar Pescadores de medianoche a un libro de relatos de Raymond Carver? Quizá sí, porque coinciden algunas de las características que, a riesgo de simplificar, suelen asignarse a su narrativa: concisión; personajes corrientes en conflicto, insatisfechos y solitarios; retrato crítico de la sociedad en la que viven; finales abruptos, que generan un mayor impacto emocional en quien los lee. Quizá porque el gekiga surge como reacción ante la cultura mayoritaria que tapaba las miserias de una sociedad en aparente crecimiento, al igual que el realismo sucio -aunque esa etiqueta no le gustara al norteamericano- nos obliga a mirar de frente la crudeza de la cotidianidad más cercana.
Por ejemplo, la última página de Bienvenido a casa, papá reconfigura el sentido de la historia, porque nuestra empatía por el protagonista desaparece cuando asistimos a las diferencias entre la escena imaginada y la real.
El amanecer del porno funciona como una metáfora de la distancia insalvable entre clases. Al igual que El pez linterna y el relato que da título a la recopilación, desmonta la perniciosa idea de que el ascenso social es siempre posible con esfuerzo. Expreso de medianoche y Apropiación indebida nos presentan espacios que se viven como oportunidades para la libertad pero que en realidad son una prisión para los protagonistas. Varios de los relatos nos hablan de los problemas de los jóvenes para acceder a una vivienda digna o, como La mujer de Yanagase y El palacio de la mujer, cuestionan la supuesta dicotomía entre lo rural (soledad, anonimato, oscuridad) y lo urbano (que promete libertad, apoyo de la comunidad... aunque luego no lo dé). Temas que parecen definir el resto de su producción, como las historias recogidas en otro volumen reciente, Tatsumi.
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