30 de abril de 2023

Verano

David Prudhomme y Pascal Rabaté¡Vivan las vacas! (Vive la marée!, 2015)
Alfonso Casas, El final de todos los agostos (2017)


Despedimos la temporada 2022-2023 mirando anticipadamente al ¿deseado 😎 o temido 😰? verano con dos cómics que se acercan a la naturaleza de nuestras relaciones.

-¿Lo conocemos?
-No lo sé, no veo. No llevo los lentes.
-Bah, en vacaciones se saluda a todo el mundo.
-Sí... Total, es gratis.
¡Vivan las vacas! es un largo plano secuencia, con un hábil manejo de los cambios de encuadre, donde se suceden los cruces entre personajes anónimos. Pese a las diferencias sociales, económicas -muy remarcadas a lo largo de las páginas- y de edad, todos forman parte de un colectivo único: los veraneantes. Sin nada en común más allá de un espacio compartido con fecha de caducidad, sus protagonistas no se relacionan, sino que se cruzan; no dialogan, sino que intercambian tópicos (como en la conversación circular que mantienen tanto paseantes como perros en la página 36).
-¿Me escuchas?
-No, estoy mirando. Haciendo sociología... o etnología, no sabría decir.
La perspectiva microsociológica de los autores (quizá los pintores de vallas que ven a todo el mundo pasar, pero son claramente diferentes y no interaccionan con el resto) es tan detallada y atenta como excesivamente crítica y poco comprensiva: en la página 93 quienes pasan un día en la playa son comparados con muñecos. Me incomoda comprobar qué fácil es mostrar lo ridícula que puede ser nuestra conducta grupal cuando no se profundiza en el interior de los personajes.
Al mismo tiempo, Rabaté y Prudhomme parecen muy conscientes de su papel de mirones en un espacio lleno de estímulos, como la niña (páginas 94 a 98) que capta todos los sonidos acumulados en un segundo e intenta modificar un espacio que no es digital-irreal, sino analógico-real.
¿Nos reconocemos en alguno de los caracteres y conductas que describe el cómic? ¿Cómo nos sentimos? Para complementar la lectura de ¡Vivan las vacas!, os recomiendo ver (y disfrutar) Las vacaciones del señor Hulot (Jacques Tati, 1953), con varios puntos en común.... y diferencias, no solo por los sesenta años que las separan.
Y, por supuesto, leed esta entrevista (en francés, pero cualquier traductor online os puede ayudar) a los autores, donde hablan de su proceso creativo en colaboración, la elección del lugar, las influencias artísticas y el carácter de su mirada -que consideran no juzgadora-.

* * *

Es cierto eso que dicen sobre que la vida no es como uno la vivió, sino como la recuerda.
El final de todos los agostos es un relato lleno de sensibilidad. Está presente en la recreación de los espacios a través de una mirada atenta no solo a lo físico sino al tono emocional de cada lugar, en la progresiva construcción de los personajes, en su ritmo sosegado pero intenso y en un recurso narrativo -el uso del papel cebolla para marcar la transición entre pasado y presente- que funciona a la perfección.
Alfonso Casas elude el peligro de crear una historia alimentada solo por la nostalgia de otra época. En este retorno al pasado, dirige nuestra mirada a la influencia del recuerdo sobre las inevitables dudas que genera la complejidad de las relaciones.
En algún momento de nuestras vidas nos damos cuenta de que cualquier elección supone el rechazo de otros caminos, lo que puede generar interminables ¿y si...? Un final abierto (como otros elementos del relato), que cada lector completará según su experiencia previa y deseos, es coherente con la tesis de la obra, como explica el autor en la entrevista publicada en El País:
Intento no perderme demasiado en los caminos que no recorrí, porque si finalmente te decides por uno es para vivirlo, no para preguntarte por los que no escogiste. Todo el mundo tiene dudas, oportunidades perdidas, cosas que dijimos y sobre todo cosas que callamos, y de ahí nace esta historia.
(...)
A veces pensamos que cualquier tiempo pasado fue mejor porque teñimos nuestros recuerdos con una pátina de nostalgia que los hacen más cálidos. Por eso en El final de todos los agostos el pasado está representado en color y el presente es más frío. Muchas veces no es tan importante lo vivido sino como lo recordamos, y nuestra memoria nos ayuda a pensar que antes éramos más felices, pero no necesariamente fue así. Y aunque así fuera, pensar demasiado en el pasado (o en el futuro) te alejan de lo único que existe, el presente, que en este cómic está representado por la pareja del protagonista.
(...)
Es una historia de amor, de amistad, y sobre todo de ese espacio (a veces doloroso) que queda en medio. En este sentido creo que cualquier lector que se acerque a esta historia puede sentirse identificado, aunque no le haya ocurrido lo mismo que a los protagonistas.
(...)
Pero de alguna manera, El final de todos los agostos es una conversación (que a veces tenemos pendiente) con nuestro adolescente interior, una forma de decirle que aunque a veces se sintiera inadaptado o incomprendido, al final todo sale bien. Hacer las paces con tu “yo” del pasado te permite vivir el presente con mucho menos peso en la mochila.
(...)
En una historia principalmente dominada por los sentimientos, me gustaba la idea de crear un personaje que presentara la razón frente a la emoción del protagonista. El viejo de las conchas representa el pasado real, ese que no está teñido por la nostalgia que a veces acaba transformándolo en “ficción”, y de alguna manera enfrenta al protagonista a pensamientos que quizá no quiere oír, pero que existen y a los que tiene que enfrentarse en algún momento.
(...)
El cómic habla de como las dudas del pasado afectan a nuestro presente, y en la vida real hay muchas conversaciones inacabadas, muchos momentos en los que te hubiera gustado actuar diferente, pero son así y a veces hay que asumirlo y dejarlo ir. Por eso cerrar la historia de otra manera me hubiera parecido traicionar esta idea.
Me parece interesante que el lector, a través de su propio viaje al leer el cómic, de alguna manera decida sobre el final de la historia, haciéndola un poco suya. La idea es que de alguna manera el cómic lo empezara yo pero sea el lector quien lo acabe.
Aunque, al menos, quisiera conocer el cuento que escribió Pumuki para la caja del tiempo...