31 de mayo de 2016

Grant Morrison

Grant Morrison construyó su propia visión de los dos superhéroes más conocidos de DC Comics resaltando las características que los convertían en iconos. Por eso, su Superman es sinónimo de luz, heroísmo inmaculado, poderes sin límites y una familia feliz. Mientras tanto, a Batman le tocan la oscuridad, la indefinición ética, el dolor y los traumas infantiles.

Grant Morrison, Frank Quitely y Jamie Grant, All-Star Superman (2006-2008)
Alberto Zamora

La literatura de superhéroes es una suerte de mitología moderna y Superman, al encarnar valores como los de justicia, equidad o el esfuerzo, es el centro de ella. Y es que, como dicen en la película de Tarantino, Kill Bill vol. 2, Superman es el único superhéroe que se disfraza para no tener poderes. Para ello elige a un personaje normal, a un trabajador cualquiera, a un tal Clark Kent. Al contrario, Batman, es el arquetipo de burgués caprichoso cuyos poderes emanan de los gadgets que se puede fabricar con su dinero. Batman vive rodeado de mujeres guapas, coches deportivos, asiste a fiestas lujosas: el sueño de todo capitalista. Superman es el héroe de las clases medias.
En los noventa, autores como Alan Moore y, en menor medida, Mark Millar habían puesto en crisis a los superhéroes, se cuestionaban su legitimidad en las sociedades modernas. Grant Morrison introdujó temáticas como: la física cuántica, el psicoanálisis o los viajes alucinógenos y supuso una revolución moderna en el mundo de los superhéroes. Llegó a tiempo, en una época en la que las sociedades occidentales estaban inmersas en una crisis que todavía perdura y que vuelve a legitimar su existencia. ¡Necesitamos superhéroes!.
Superman All-Star, Jesucristo Superstar, es una especie de pasión de Cristo en la que el héroe tiene que superar doce pruebas para al final enfrentarse a la muerte. Es un intento de acercar Dios al hombre, porque qué hay más humano que la muerte. En una entrevista para NewsoRama, Grant Morrison dice que él no veía a Superman como a un superhéroe o un personaje de ciencia ficción, sino como al ciudadano medio. Algo similar muestra Zack Snyder en sus dos últimas películas, en las que incide en la analogía de Superman con Jesucristo; en ellas, sin embargo, la naturaleza mesiánica del héroe lo aleja del hombre. En Superman All-Star, Morrison lo acerca. Otros autores se habían fijado solamente en la naturaleza de Dios del superhéroe, pero Grant Morrison se fija en lo que lo hace humano: sus expresiones faciales reflejan una serenidad que no se había visto en ningún cómic. Superman no juzga a los humanos, les ayuda a confiar en sí mismos. Esto queda recalcado en el prefacio, donde se señala como uno de los momentos claves del cómic la escena en la que Superman evita el suicidio de una chica.
Todos estos aspectos hacen de este cómic una de las obras más importantes en la literatura superheroica.


Grant Morrison y Dave McKean, Arkham Asylum. Una casa seria en una tierra seria (1989)
Jesús García

En Arkham Asylum, Morrison quiere hablarnos sobre los símbolos que rodean al hombre murciélago, qué esconden y qué muestran. ¿Hay una persona bajo la máscara? ¿O es solo un concepto destinado a desaparecer, como el Icaronycteris de las primeras páginas? La respuesta será diferente según quién la dé:
BATMAN: -Batman no tiene miedo de nada. Soy yo. Yo lo tengo. 
MÁSCARA NEGRA: -Quitémosle la máscara. Quiero ver su cara. 
JOKER: -(…) Esa es su cara.
Este es uno de los elementos más interesantes del cómic, junto al pequeño atisbo de metaficción, desarrollado pocos meses después en Animal Man, a cargo del Sombrerero Loco (“A veces creo que Arkham es una cabeza. Una cabeza enorme que sueña nuestra existencia”) y a la dualidad moral de todos los personajes, incluidos los supuestos héroes: Batman agrede a los indefensos Clayface y Espantapájaros; la psicoterapeuta Ruth Adams convierte a Dos Caras en un despojo indeciso y mata violentamente al Dr. Cavendish.
Morrison consigue mostrar a Batman como débil y fuerte al mismo tiempo, un personaje inteligente que aprovecha, en una jugada final desesperada, la dualidad de Harvey Dent y provoca el giro de guión de la historia -el enfermo consigue liberarse momentáneamente de su obsesión y se convierte en el auténtico salvador-.
Debe reconocerse también que hilvana con habilidad las historias de Wayne y Arkham, destacando sus puntos en común, como la muerte trágica de los padres que les otorga un mandato compartido: atajar el mal que procede de la locura. Quizá no funciona igual el vínculo que intenta establecer entre el murciélago (“El batir de unas alas perturba mi sueño”) y la locura de la madre.
¿Y el resto? Morrison es un guionista ambicioso, que suele llenar sus obras de (demasiadas) referencias y paralelismos. Aquí apenas las desarrolla en su intento de generar un ambiente que recuerde a la narrativa gótica. Por ejemplo, sitúa la acción en el April Fool’s Day anglosajón y el Día de los Inocentes latino; nombra fugazmente a Charlotte Corday (la asesina de Marat que anticipa el acto de la Dra. Adams); amalgama sin mucho sentido ocultismo, religión y psicoanálisis citando a Aleister Crowley, Jung y La rama dorada; sugiere misteriosas conexiones entre la tragedia familiar de Amadeus Arkham y el Joker (un naipe olvidado, los peces payaso).
También resulta fallido, por poco original y escaso desarrollo, el discurso pseudopsicológico (¡¿Batman derrumbado tras la asociación libre de cuatro palabras?!) y el que intenta trasponer las realidades y los términos (la locura que quizá esconde la “supercordura”, lo irracional racional, el desorden como “orden más elevado”, la sospecha de que lo externo al manicomio es el verdadero psiquiátrico…). Por el contrario, es una pena que no explore más una constante en la mitología de Batman: la identificación y dependencia mutua entre el héroe y sus villanos.
Entonces, ¿es Arkham Asylum un buen cómic o se trata de una obra sobrevalorada? Cada lector tendrá su respuesta, claro. Una cosa sí es cierta: aunque le penaliza la excesiva acumulación de elementos, supo romper con la visión política y pretendidamente realista de Batman que Frank Miller había impuesto en los ochenta, oponiendo una nueva interpretación más romántica y onírica.
Y, por supuesto, el intento no hubiese sido tan efectivo sin el papel fundamental de Dave McKean. Tanto Morrison como Neil Gaiman, otro guionista británico aficionado a mezclar géneros y referencias, le deben mucho.

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