Grant Morrison, Frank Quitely y Jamie Grant, All-Star Superman (2006-2008)
Alberto Zamora
La literatura de superhéroes es una suerte
de mitología moderna y Superman, al encarnar valores como los de justicia,
equidad o el esfuerzo, es el centro de ella. Y es que, como dicen en la película de Tarantino,
Kill Bill vol. 2, Superman es el único superhéroe que se disfraza para no
tener poderes. Para ello elige a un personaje normal, a un trabajador
cualquiera, a un tal Clark Kent. Al contrario, Batman, es el arquetipo de
burgués caprichoso cuyos poderes emanan de los gadgets que se puede fabricar
con su dinero. Batman vive rodeado de mujeres guapas, coches deportivos, asiste
a fiestas lujosas: el sueño de todo capitalista. Superman es el héroe de las
clases medias.
En los noventa, autores como Alan Moore y,
en menor medida, Mark Millar habían puesto en crisis a los superhéroes, se
cuestionaban su legitimidad en las sociedades modernas. Grant Morrison introdujó
temáticas como: la física cuántica, el psicoanálisis o los viajes alucinógenos
y supuso una revolución moderna en el mundo de los superhéroes. Llegó a tiempo,
en una época en la que las sociedades occidentales estaban inmersas en una
crisis que todavía perdura y que vuelve a legitimar su existencia. ¡Necesitamos
superhéroes!.
Superman
All-Star, Jesucristo Superstar, es una especie de pasión de Cristo en la que el
héroe tiene que superar doce pruebas para al final enfrentarse a la muerte. Es
un intento de acercar Dios al hombre, porque qué hay más humano que la muerte. En
una entrevista
para NewsoRama, Grant Morrison dice que él no veía a Superman como a un
superhéroe o un personaje de ciencia ficción, sino como al ciudadano medio. Algo
similar muestra Zack Snyder en sus dos últimas películas, en las que incide en
la analogía de Superman con Jesucristo; en ellas, sin embargo, la naturaleza
mesiánica del héroe lo aleja del hombre. En Superman All-Star, Morrison lo
acerca. Otros autores se habían fijado solamente en la naturaleza de Dios del
superhéroe, pero Grant Morrison se fija en lo que lo hace humano: sus
expresiones faciales reflejan una serenidad que no se había visto en ningún
cómic. Superman no juzga a los humanos, les ayuda a confiar en sí mismos. Esto
queda recalcado en el prefacio, donde se señala como uno de los momentos claves
del cómic la escena en la que Superman evita el suicidio de una chica.
Todos estos aspectos hacen de este cómic una
de las obras más importantes en la literatura superheroica.
Grant Morrison y Dave McKean, Arkham Asylum. Una casa seria en una tierra seria (1989)
Jesús García
En Arkham Asylum,
Morrison quiere hablarnos sobre los símbolos que rodean al hombre murciélago,
qué esconden y qué muestran. ¿Hay una persona bajo la máscara? ¿O es solo un concepto
destinado a desaparecer, como el Icaronycteris
de las primeras páginas? La respuesta será diferente según quién la dé:
BATMAN: -Batman no tiene miedo de nada. Soy yo. Yo lo tengo.
MÁSCARA NEGRA: -Quitémosle la máscara. Quiero ver su cara.
JOKER: -(…) Esa es su cara.
Este es uno de los elementos más interesantes del cómic, junto
al pequeño atisbo de metaficción, desarrollado pocos meses después en Animal Man, a cargo del Sombrerero Loco
(“A veces creo que Arkham es una cabeza. Una cabeza enorme que sueña nuestra
existencia”) y a la dualidad moral de todos los personajes, incluidos los
supuestos héroes: Batman agrede a los indefensos Clayface y Espantapájaros; la
psicoterapeuta Ruth Adams convierte a Dos Caras en un despojo indeciso y mata
violentamente al Dr. Cavendish.
Morrison consigue mostrar a Batman como débil y fuerte al
mismo tiempo, un personaje inteligente que aprovecha, en una jugada final desesperada,
la dualidad de Harvey Dent y provoca el giro de guión de la historia -el
enfermo consigue liberarse momentáneamente de su obsesión y se convierte en el
auténtico salvador-.
Debe reconocerse también que hilvana con habilidad las
historias de Wayne y Arkham, destacando sus puntos en común, como la muerte
trágica de los padres que les otorga un mandato compartido: atajar el mal que
procede de la locura. Quizá no funciona igual el vínculo que intenta establecer
entre el murciélago (“El batir de unas alas perturba mi sueño”) y la locura de
la madre.
¿Y el resto? Morrison es un guionista ambicioso, que suele
llenar sus obras de (demasiadas) referencias y paralelismos. Aquí apenas las desarrolla en
su intento de generar un ambiente que recuerde a la narrativa gótica. Por
ejemplo, sitúa la acción en el April Fool’s Day anglosajón y el Día de los
Inocentes latino; nombra fugazmente a Charlotte Corday (la asesina de Marat que anticipa
el acto de la Dra. Adams); amalgama sin mucho sentido ocultismo, religión y psicoanálisis citando a Aleister Crowley, Jung y La rama dorada; sugiere misteriosas conexiones entre la tragedia familiar de
Amadeus Arkham y el Joker (un naipe olvidado, los peces payaso).
También resulta fallido, por poco original y escaso desarrollo, el discurso pseudopsicológico (¡¿Batman derrumbado tras la
asociación libre de cuatro palabras?!) y el que intenta trasponer las realidades
y los términos (la locura que quizá esconde la “supercordura”, lo irracional
racional, el desorden como “orden más elevado”, la sospecha de que lo externo
al manicomio es el verdadero psiquiátrico…). Por el contrario, es una pena que
no explore más una constante en la mitología de Batman: la identificación y
dependencia mutua entre el héroe y sus
villanos.
Entonces, ¿es Arkham
Asylum un buen cómic o se trata de una obra sobrevalorada? Cada lector
tendrá su respuesta, claro. Una cosa sí es cierta: aunque le penaliza la excesiva
acumulación de elementos, supo romper con la visión política y pretendidamente
realista de Batman que Frank Miller había impuesto en los ochenta, oponiendo
una nueva interpretación más romántica y onírica.
Y, por supuesto, el intento no hubiese sido tan efectivo sin
el papel fundamental de Dave McKean. Tanto Morrison como Neil Gaiman, otro guionista británico aficionado a mezclar géneros y referencias, le deben mucho.
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