Paco Sordo, El pacto (2021)
Borja Gonzalez, Grito nocturno (Nuit couleur larme, 2021)
En años anteriores, hemos comentado en la tertulia obras galardonadas con el Premio Nacional de Cómic; por ejemplo, Ardalén (Miguelanxo Prado, 2013), Las Meninas (Santiago García y Javier Olivares, 2015), Lamia (Rayco Pulido, 2017) o Estamos todas bien (Ana Penyas, 2019). Iniciamos la temporada 2024-25 con los dos más recientes, que muestran cómo se pueden compartir elementos -tragedia y comedia, fantasía alucinatoria u onírica, representaciones de la cultura popular- mientras se recorren caminos diferentes para hablar del sufrimiento personal, los anhelos individuales, las dinámicas de relación o la creación artística.
Se trata de cómics con un ritmo que invita a leerlos de un tirón, mientras reivindican y aprovechan su naturaleza de artificio literario para generar varias capas de significado que justifican su relectura.
(...) por el ejercicio de genealogía del medio, que nos retrotrae a la época Bruguera y por proyectar ese legado hacia el presente y el futuro. Por su guion original y trepidante que supone un auténtico homenaje al cómic español. Existen pocas obras más singulares e indicativas de los tiempos extraños que vivimos que este artefacto, en apariencia humorístico y en el fondo de profundo calado existencial. La obra juega con maestría con la realidad y la ficción, además de ofrecernos una edición coherente con la propuesta del autor.Antes de El Pacto, la historia de la editorial Bruguera -la empresa más importante del cómic español durante varias décadas- había generado la novela gráfica El invierno del dibujante (Paco Roca, 2010), ensayos como 100 años de Bruguera. De El Gato Negro a Ediciones B (Antoni Guiral, 2010) o Auge y caída de una historieta (Pablo Vicente, 2016), el documental Generación B. Los últimos cómics de Bruguera (José Guerrero, 2019) y la película El gran Vázquez (Óscar Aibar, 2010).
Este interés se ve reflejado en el Premio Nacional 2022, un metacómic -tebeo que habla sobre tebeos- cuyas páginas (la apariencia del papel, las tramas de color, las tipografías) reflejan esa realidad pasada.
A través de un dibujo que, sin dejar de recordar directamente a las creaciones de la época, parece compartir algo del estilo de las series animadas infantiles de las últimas décadas -en las que Paco Sordo ha desarrollado parte de su carrera-, asistimos a una combinación de comedia enloquecida y tristeza amarga.
El ficticio Miguel Gorriaga, tan víctima como verdugo, mantiene una trayectoria con algunos puntos de contacto -en sus semejanzas y diferencias- con el caricaturista Jack Kalloway (Kalo) de La vida es buena si no te rindes (Seth, 1993-1996). Ese juego compartido con lo verosímil permite a ambos autores superar la anécdota y, además de retratar las condiciones laborales del momento y la lógica de esta industria, dejarnos pensando en lo que mueve a crear y en los puntos de contacto entre vida y obra -algo que Vázquez rechazaba en sus declaraciones-.
¿Funciona El Pacto especialmente con quienes leímos de niños los viejos tebeos de Bruguera (DDT, Pulgarcito, Copito, Olé...)? ¿Es importante conocer sus códigos y sentir nostalgia de esa época para conectar con la historia, pese a que nos hable de muchas más cosas?
(...) por la lírica, el surrealismo y por un trabajo gráfico de una gran elegancia y exquisita belleza con la que su autor construye un álbum tan divertido de leer como profundo y fascinante. Una obra de carácter neogótico en la que destacan la fuerza y la vitalidad de sus protagonistas femeninas.
Aunque puede leerse de manera independiente, Grito nocturno forma parte de una serie de obras (La Reina Orquídea, The Black Holes y El pájaro y la serpiente) que comparten características gráficas -en evolución, eso sí-, escenarios (presentados como no-lugares), el tono poético, los intereses narrativos y el diálogo entre imaginación y realidad... Además de un personaje, Teresa, que genera-modifica su universo en función de sus deseos, aunque no parece tener un control totalmente consciente de todo lo que sucede. Si la protagonista-autora es el reflejo de Borja González-autor, puede funcionar como una metaficción que representa el proceso creativo.
Más que yendo a la caza de explicaciones o de las múltiples referencias culturales de la obra -que han sido las del propio autor-, conviene acercarse a esta historia con actitud abierta. Algo parecido a lo que plantea C. S. Lewis en La experiencia de leer: «Debemos empezar por dejar a un lado, en lo posible, nuestros prejuicios, nuestros intereses y nuestras asociaciones mentales (...) Lo primero que exige una obra de arte es una entrega. Mirar. Escuchar. Recibir».
Así nos aseguraremos disfrutar, sentir y pensar con una fábula sobre la memoria y el olvido, la soledad y el encuentro, la necesidad de conectar con otras personas y el miedo a perderlas, el no sentirse cómodo en ningún sitio pero seguir buscando un hogar.
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