2 de febrero de 2024

Capitalismo y desigualdad

Ana Penyas, Todo bajo el sol (2021)
A. Delalande, G. Mardon y H. Prolongeau, Cuando el trabajo mata (Le travail m'a tué, 2019)
Seguramente, en cualquier sistema económico la mayor parte de la población asumirá dos roles al mismo tiempo: productor de bienes o servicios y consumidor. Sin embargo, quizá no sea exagerado afirmar que el capitalismo actual solo puede crecer a costa de convertir a esas mismas personas en cómplices-víctimas, beneficiarios-perjudicados, alimentándose de sus deseos, aspiraciones, temores y esfuerzo... hasta devorar a buena parte de ellas.
Pero (nos dirán los defensores del neoliberalismo) aunque sea sencillo señalar las claras carencias del modelo -incremento de la desigualdad en las condiciones de vida y en las oportunidades disponibles, inseguridad jurídica, destrucción del entorno-, ¿tenemos derecho a hacerlo cuando vivimos integrados en él y disfrutando de sus productos? ¿O cuando no somos capaces de poner en marcha alternativas viables que lo sustituyan por completo? Dicho de otra forma, ¿las contradicciones y límites personales invalidan cualquier crítica?
Quizá debemos empezar por reconocer que el capitalismo no es solo una teoría económica que ha alcanzado el éxito, sino una ideología global que aspira a y necesita moldear la política y el pensamiento. Es decir, además de la dimensión racional, hay que tener en cuenta su apuesta por determinadas creencias y valores.
Los cómics de este mes abordan, desde un género que quizá podríamos llamar «documental de ficción», el necesario retrato de los efectos negativos del modelo en las última décadas, teniendo en cuenta que se trata de una realidad con muchos factores interrelacionados. En este sentido, recuerdan a los que comentamos en la primera tertulia de la edición 2023-24.
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¿Qué ha pasado con la casa de Pep? El domingo pasado estaba aquí. 
Pero, ¿qué os creíais? ¿Que el barrio lo estaban dejando bonito y limpio para vosotros?
Como ya demostró en Estamos todas bien, Ana Penyas es capaz de realizar un retrato completo de las dinámicas de la sociedad contemporánea española desde lo micro -en este caso, el devenir de tres generaciones-. Nos presenta los cambios y constantes de los últimos setenta años en el mercado de trabajo, cultura y formas de ocio, relaciones familiares, pretensiones y estrategias de ascenso social y económico, actitudes ante las migraciones, etc., sin perder su mirada llena de sensibilidad hacia las mujeres de generaciones anteriores.
El análisis de esta evolución se organiza en torno a una de sus consecuencias más visibles y dolorosas: la expulsión de muchas personas del entorno en que han vivido. Primero, la de las familias de pequeños agricultores amenazadas por el turismo de playa en el siglo XX. Después, la de las vecinas y vecinos de barrios populares presionados por el turismo urbano y la especulación en el siglo XXI (gentrificación). En un caso, la dictadura convirtió a la población en un recurso más, similar al paisaje pintoresco y tradicional que buscaban (¿buscamos?) los veraneantes y turistas. En otro, las inversiones públicas se aprovechan para el beneficio privado de los inversores privados, mientras que las «actividades culturales dinamizadoras» son solo un eufemismo para atraer y asegurar el entretenimiento de sus clientes.
La autora nos habla también de las resistencias populares nacidas a partir del malestar que generan estos procesos. Lo que los medios intentan desautorizar calificando como turismofobia o terrorismo es la lógica respuesta ciudadana a las agresiones de quienes intentar maximizar el beneficio económico a costa de la población.
El mensaje se transmite con claridad y eficacia, gracias en buena medida al tratamiento de las imágenes. Las viñetas que van mostrando los mismos espacios y paisajes en progresiva transformación no necesitan palabras. Y parece proponer también una reflexión sobre la naturaleza de las imágenes; no solo con el uso de fotografías recortadas y coloreadas entre los dibujos, sino cuando estos representan carteles u otras ilustraciones.
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Hay que tener a los accionistas contentos. Siempre quieren más. Y tienen razón, ¿verdad? (...) Los jefes supremos, los mandamases. 
No pueden echarnos así como así, hace falta un motivo. Además, después de todo lo que hemos hecho por ellos...
Si la autora valenciana nos muestra los efectos perversos del capitalismo para los pequeños productores agrícolas, los franceses responsables de Cuando el trabajo mata hacen lo mismo con el entorno industrial. Sus páginas condensan las investigaciones recogidas previamente en un documental y en un ensayo de investigación sobre la alta prevalencia de trastornos depresivos y suicidios en algunas multinacionales galas.
Deshumanización, autoexplotación, acoso laboral disfrazado de motivación para la mejora, amenazas apenas escondidas bajo la definición de objetivos, incentivación de la vigilancia mutua y la competitividad frente a la solidaridad entre compañeros, pérdida del sentido del trabajo cuando se separa a los sujetos del producto final, primacía de los resultados numéricos orientados al accionista frente a la búsqueda de la calidad...
Un relato difícil de digerir, porque conocemos el final y nos puede resultar inquietantemente cercano. Incluso el desenlace del juicio deja un sabor amargo pese a la victoria judicial: la sentencia explica la muerte del protagonista a partir de factores personales -su negligencia y falta de capacidad- sin denunciar las estructuras que no solo omitieron la ayuda necesaria sino que lo maltrataron. El cómic deja claro que las empresas no son sujetos pasivos, sino responsables activos.


El apartado gráfico destaca por su capacidad para reflejar el progresivo deterioro del protagonista a través de su rostro, gestos y postura. Los colores permiten tanto separar escenas y lo real e imaginado (p. 71) como reflejar el estado emocional de sus personajes (p. 64), que a veces entran en conflicto o se distancian (p. 59).

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